Monday 20 April 2009

Alegoría de un viernes noche

Sábado 18 de abril de 2009

Nuevo intento de huida frustrado.

La noche había comenzado bien, cada uno por nuestro lado, para no levantar sospechas. A eso de las dos de la madrugada nos encontramos en un bar de mala muerte. Chupitos y cerveza a nuestro alrededor, jóvenes que juegan a ser inconformistas y diluyen su rebeldía sin causa en absenta. Allí estábamos nosotros, pasando desapercibidos entre la multitud ebria.

Abandonamos el bar a la hora acordada y caminamos hacia nuestro próximo destino, el último punto de encuentro antes de nuestra huida. Caminábamos haciendo ruido, llamando la atención, sin que nadie se diera cuenta del vandalismo al que habíamos sometido a los tubos destinados a la reparación de no sé qué red. Excusas...Sabíamos que aquellos tubos estarían ahí, y que su uso no era otro que el de la implantación de un nuevo sistema de control y vigilancia.

Dejamos atrás los tubos entre risas y carreras, nos dejábamos llevar por la euforia del que pensábamos sería nuestro último trabajo en aquella decadente ciudad.

Algunos del grupo continuaron el viaje en coche, pero siempre cerca del resto, temiendo que pudiéramos ser descubiertos. Los demás caminamos hasta el último punto de encuentro. Habíamos escogido aquel bar porque nadie se daría cuenta de nuestra presencia y podríamos ultimar los detalles de la huida.

A la hora prevista los cinco caminamos hacia el coche con paso firme. Habíamos escogido un modelo antiguo, algo que no llamara la atención, y nuestro conductor - experto al volante - dirigía el coche hasta nuestro destino, el único lugar por el que nos habían informado que era posible escapar.

Sin embargo, nuestro destino se vio truncado al tomar una curva. El coche escogido nos falló y una de las ruedas reventó. Durante largo rato intentamos solucionar el problema, cambiar la rueda. Alguien propuso dejar atrás el coche y escapar andando, pero podía ser peligroso, podían rastrear la documentación del coche hasta llegar a nosotros y entonces sólo la muerte sería nuestro consuelo.

Al final, las patrullas llegaron hasta nosotros. Al principio sentimos terror, pero permanecimos calmados esperando que la suerte estuviera de nuestro lado. Dos coches se detuvieron junto al nuestro y tras explicarles el problema nos preguntaron qué hacíamos allí. Todos habíamos acordado decir lo mismo: nos dirigíamos hacia un retsaurante 24 horas a tomar unas hamburguesas. Las patrullas no se sorprendieron y se ofrecieron a ayudarnos.

Fingimos que era imposible arreglar la rueda y aparcamos el coche cerca. Nadie iba a volver a por él. Tendríamos que pedir documentación nueva a la orden y cambiar nuestro aspecto.

Volvimos a nuestras residencias andando, por un mugriento carril para vehículos gubernamentales que a esas horas estaba vacío. Las patrullas nos vieron marchar sin soltar sus manos de los cinturones.

Al fondo, sobre una montaña próxima, un pequeño pueblo aparecía rodeado por una luz roja. Quizá estuviera saliendo el sol de un nuevo día. O quizá una nueva población estaba siendo purgada y nosotros seríamos los siguientes. O quizá fue una noche normal con un intento frustrado de llegar al McAuto.